Los recientes artículos en HERALDO de P. Arrojo y J.L. Moreu son soplos de sensatez en la polémica identitaria española y su sucursal aragonesa, versión hidrológica. En cambio, es lamentable oír la demagogia de un conocido político aragonés: “los de Madrid nunca harán nada por vosotros” y a otro, este gobernante, que “cualquier rebaja en Madrid [del Estatuto] tendrá graves consecuencias”. Y así se produce el disparate, por ejemplo, de que las regiones por las que pasan los ríos pretenden decidir en exclusiva sobre ellos, disputando a cara de perro unos jirones que serán más grandes para las regiones con mayor capacidad de chantaje.
¿No sería mejor que gastaran sus energías en luchar contra la corrupción, por preservar el medio ambiente y por un avance real, no verbal, de la ciencia y la técnica en España, en lugar de emplear la demagogia irredentista?
Todo esto recuerda la reciente frase de Alfonso Guerra: “Lo que pasa en España se parece a la descomposición de la Unión Soviética: que las élites políticas locales se revistieron de la bandera del nacionalismo para mantenerse en el poder.”
Y en efecto, los irredentismos locales nos van acercando poco a poco a una situación en la que (en palabras del Foro de Ermua) “el poder real, las lealtades y los vínculos emocionales, la solidaridad y la igualdad se construirán en torno a unas autonomías ascendidas a naciones, realidades nacionales o cualquier otro eufemismo semejante” Y este guirigay no es la realidad de ningún país europeo. Mientras el irredentismo y la arrogancia ante “Madrid” sea el discurso políticamente correcto de todo político que quiera medrar, es imposible que haya una lucha común por el progreso, y la existencia misma, de España.
20 noviembre 2006
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